Alí Maow Maalin. Fotografía cortesía de World Health Organization |
Alí Maow Maalin fue el último caso de viruela en el mundo por contagio natural. Nació en Merca, Somalia en 1954 y contrajo la viruela cuando tenía veintitrés años.
Trabajaba de cocinero en un hospital de la ciudad de Merca, cerca de Mogadiscio, y también colaboraba en algunas campañas de vacunación. El 12 de octubre de 1977 hizo un viaje sencillo y rápido que cambiaría su vida y marcaría un hito en la historia de la humanidad. Ese día, un conductor del gobierno le preguntó en el hospital por una dirección y Alí se subió al coche para guiarle hasta su destino, un corto viaje de menos de un cuarto de hora. En el asiento de atrás iban dos niños y su aspecto no era muy allá, tenían sarpullidos y granitos pero Alí no le dio más importancia.
Trabajaba de cocinero en un hospital de la ciudad de Merca, cerca de Mogadiscio, y también colaboraba en algunas campañas de vacunación. El 12 de octubre de 1977 hizo un viaje sencillo y rápido que cambiaría su vida y marcaría un hito en la historia de la humanidad. Ese día, un conductor del gobierno le preguntó en el hospital por una dirección y Alí se subió al coche para guiarle hasta su destino, un corto viaje de menos de un cuarto de hora. En el asiento de atrás iban dos niños y su aspecto no era muy allá, tenían sarpullidos y granitos pero Alí no le dio más importancia.
Si hubiera pensado en el lugar hacia donde se dirigían, quizá hubiera tomado más precauciones. Una población de nómadas del desierto de Ogaden había tenido un brote de viruela y las autoridades somalíes habían ordenado concentrar a toda la población afectada en un campo de aislamiento para facilitar su tratamiento. Esa pareja de pasajeros, los dos niños, estaban afectados y uno de ellos, una niña de seis años llamada Habiba Nur Ali, murió dos días después. Alí tenía miedo a las inyecciones y pese a trabajar en el hospital y ser la vacuna un requerimiento para todo el personal sanitario no se había vacunado “porque parecía que aquellos pinchazos dolían”. Sus quince minutos de amabilidad fueron suficientes para infectarlo.
Diez días después de su buena obra, cayó enfermo con fiebre y dolor de cabeza. Fue al hospital y le pusieron un tratamiento para la malaria, la enfermedad más habitual. Cuatro días después seguía igual y le salió una erupción, pero los médicos creían que estaba vacunado contra la viruela así que pensaron que sería varicela y le dieron el alta. Pocos días después, los síntomas ya sugerían viruela pero Alí no quería que le aislaran y evitó acudir al hospital. Afortunadamente un enfermero que lo conocía denunció su estado, probablemente por la recompensa de doscientos chelines somalíes, unos treinta euros, que ofrecía la OMS a cualquiera que avisara de una persona con viruela. Con el tratamiento médico, Maalin se recuperó completamente y fue dado de alta a finales de noviembre. Al mismo tiempo que su caso fue identificado y aislado, se puso en marcha una operación casi militar para localizar a todas las personas con las que Maalin pudiese haber entrado en contacto durante su enfermedad. Era un hombre popular y se localizaron ciento sesenta y un contactos, de los cuales cuarenta y uno no estaban vacunados. Se les siguió la pista uno a uno, en algunos casos hasta más de ciento veinte kilómetros de distancia y se les vacunó a ellos y a sus familias. En total, en las dos semanas tras identificar la viruela de Alí cincuenta y cuatro mil setecientas setenta y siete personas fueron vacunadas. El hospital quedó cerrado para nuevos ingresos y se establecieron cuatro puntos de control en las principales carreteras de la ciudad. Además, la policía patrullaba los caminos y senderos. Nadie pudo entrar o salir de Merca sin demostrar que estaba vacunado. Cada mes hubo una operación de chequeo casa por casa por toda la región y finalmente se hizo una búsqueda por todo el país, que se dio por terminada el 29 de diciembre. No aparecieron nuevos casos.
Quizá pensando en su propia historia, Maalin decidió tomar parte en otra campaña similar: librar a su país de la polio. La polio ha demostrado ser un enemigo mucho más duro de batir, pero su propia experiencia era un ejemplo de por qué era necesario vacunar y consiguió convencer a los señores de la guerra de algunas facciones de que merecía la pena vacunar a sus soldados y a las personas que vivían en los territorios que controlaban. Él decía: “Somalia fue el último país con viruela. Quiero ayudar a asegurar que no sea también el último lugar con polio”.Maalin trabajó para la Organización Mundial de la Salud (OMS) como coordinador local con responsabilidades en la movilización social y pasó varios años de un lado a otro de Somalia, vacunó niños y aleccionó a diferentes comunidades. El Boston Globe lo describió como uno los coordinadores locales más valiosos para la OMS. Animaba a la gente a vacunarse contando su experiencia con la viruela: “Ahora cuando me encuentro algunos padres que rechazan poner a sus hijos la vacuna contra la polio, les cuento mi historia. Les digo lo importantes que son las vacunas. Les digo que no hagan una idiotez como la mía”.
Alí Maow Maalin murió de malaria el 22 de julio de 2013 en Merca, Somalia a los 59 años de edad.
Mas información en: https://www.jotdown.es/2016/09/esta-guerra-la-ganar/
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